Muchas mujeres hemos tratado insistentemente de derribar el mito moderno que nos pone como meta el lograr ser autónomos, independientes, invulnerables y responsables, cada uno por sí solo y separadamente, de nuestro particular bienestar. Me parece importante y urgente que hoy, más que nunca, admitamos que, como dice Judith Butler, tanto como mujeres como hombres somos vulnerables, precarios e interdependientes y que la estrategia para lograr avanzar hacia un mejor futuro y desde un más saludable presente, es propiciar la solidaridad, la tolerancia, la aceptación de los otros en sus diversidades, el reconocimiento del valor y derechos que tiene todo ser humano; superando así el incentivar la competencia, la ambición personal, el exitismo, la negación de las fragilidades, y el menosprecio y exclusión de cualquier grupo o sector de la sociedad
Genoveva Echeverría Gálvez
Consultora y Coach CDO HR
¿Qué podemos recordar y valorar el 8 de marzo? La historia nos cuenta de varias situaciones vividas por mujeres que luchaban por sus derechos y en contra del abuso laboral. Por lo mismo, para los que nos interesa generar mejores relaciones y situaciones de convivencia en el mundo del trabajo, no deberíamos pasar por alto el 8 de marzo.
Desde sus comienzos, la modernidad nos convenció que la racionalidad era el rasgo más esencial e importante de todo ser humano. Y la ciencia y la tecnología, como los brazos armados de la razón, nos sedujeron con sus creaciones, inventos y tantos avances científicos que han ido facilitando la vida de las personas.
Sin embargo, al mismo tiempo la modernidad instaló en nuestras culturas falsas dicotomías que organizarían la sociedad y el camino del progreso, entre ellas opuso lo afectivo a lo racional, convenciéndonos a todos que estos dos aspectos de las personas son opuestos e incompatibles, además relegó la afectividad al mundo privado, a las mujeres y la asoció con la fragilidad. Así, se convirtió en un insulto decirle a alguien que es muy emocional (más aun en el mundo público y del trabajo), a la vez que nos inculcó que actuar racionalmente era por sí sola una gran cualidad.
La creación de la bomba atómica y la decisión de lanzarla sobre Japón fue un tremendo acto de racionalidad, analizado y calculado con una impecable lógica racional. El proyecto Nazi de Hitler, fue otra empresa generada por un gran pensador, un hombre que construyó una ideología impresionante que movilizó una máquina de muerte. Sé que estos ejemplos son extremos y antiguos, pero a veces nos es más fácil analizar críticamente lo lejano y no tanto lo que está cerca nuestro.
La afectividad y las emociones no son el anverso de la racionalidad, los seres humanos siempre vivimos desde distintos estados emocionales (algunos más expresivos que otros), y la racionalidad es una herramienta para procesar los elementos de la realidad, es un sistema que puede permitir grandes resultados, pero que no puede por sí sola dominar en nosotros.
Por otra parte, se asignó a los varones el dominio y mayor desarrollo de la racionalidad, y a las mujeres como las detentadoras de la afectividad. Por suerte para todos y todas, muchas mujeres no se creyeron esto, y han luchado desde hace décadas y siglos, por mostrarnos dos cosas: que la racionalidad puede ser desarrollada de igual manera por hombres y mujeres, y lo segundo, la importancia y lo valorable que es el reconocimiento de nuestra dimensión afectiva y emocional. En lo primero se ha ido avanzando, en lo segundo vamos mucho más lento.
Entonces, hoy 8 de marzo me parece importante recordarnos y subrayar precisamente que lo afectivo y emocional es parte indispensable y positiva de todas las relaciones humanas, no podemos sepultar o negarlo, más bien el reconocer nuestra emocionalidad facilita y promueve las buenas prácticas laborales, tales como la colaboración y el trabajo en equipo, y permitiría que las empresas logren tener mejores resultados y, más importante que eso, que seamos más felices y estemos más saludables física y psicológicamente.
Muchas mujeres hemos tratado insistentemente de derribar el mito moderno que nos pone como meta el lograr ser autónomos, independientes, invulnerables y responsables, cada uno por sí solo y separadamente, de nuestro particular bienestar. Me parece importante y urgente que hoy, más que nunca, admitamos que, como dice Judith Butler, tanto como mujeres como hombres somos vulnerables, precarios e interdependientes y que la estrategia para lograr avanzar hacia un mejor futuro y desde un más saludable presente, es propiciar la solidaridad, la tolerancia, la aceptación de los otros en sus diversidades, el reconocimiento del valor y derechos que tiene todo ser humano; superando así el incentivar la competencia, la ambición personal, el exitismo, la negación de las fragilidades, y el menosprecio y exclusión de cualquier grupo o sector de la sociedad.
Los cuidados han sido y siguen siendo tareas menospreciadas y delegadas en las mujeres o en grupos menos favorecidos. Sin embargo, el ser generosos y generosas, ser cálidos, preocuparnos por lo que siente quien está a mi lado, ser compasivos, entregar tiempo, escucha y apoyo desinteresado sin ningún fin instrumental, puede permitirnos el superar las hostiles dicotomías modernas que han instalado murallas en medio de las sociedades, empujándonos a combatir entre nosotros en vez de trabajar juntos por un buen vivir.
Desde todos los frentes, muchas de nosotras los y las invitamos a buscar formas de relacionarnos que no generen temor y miedo entre nosotros, estilos de liderazgos que promuevan la aceptación del otro, que inviten a cada miembro del equipo a desarrollarse incorporando en nuestras prácticas diarias no solo las lógicas del intercambio, sino incluyendo las economías del cuidado, de la reciprocidad y del don.